La verdad es que el foiegras queda mucho mejor presentado así, que en un insulso plato servido por un insulso camarero. Resulta más cremoso, más sabroso. Con la cabeza entre sus muslos y los ojos cerrados para degustar mejor, lamo, mamo, y... siento que dos manos me separan las nalgas, mientras una tercera me embadurna la entrada de los artistas con el exquisito producto. Un dedo, dos dedos, tres dedos, y tanto en el pasillo como en la puerta. ¡Debe de haberse gastado por lo menos diez francos! Aunque diez francos, para un diputado...
A él le divierte mucho su broma. Yo, por mi parte, no estoy enfadada. Es del dominio público que nadie se muere por dejar que le den por el saco, ni siquiera con un ariete, siempre y cuando el dolor no estropee el placer. Y la mantequilla no resulta tan elegante como el foie gras.
—Estoy preparada, tesoro —digo, tumbándome boca abajo—. ¡Tu turno, diputado!
—¿Y yo? —pregunta inquieta Emma—. ¿Qué hago yo en vuestro negocio?
—Masturbarás a Lulu, palomita —responde el señor—. Y me acariciarás los perendengues, por supuesto.
—Vosotros a gozar y yo a trabajar —dice suspirando—. Pues me habías prometido...
—Sí, sí, que te daría por detrás —replica el señor con impaciencia—. Y no se acabará la noche sin que lo haga, encanto. Mientras tanto, o nos ayudas o nos dejas en paz.
Ella no insiste y se arrodilla a mi lado para separarme las nalgas más cómodamente. El señor presenta el arma, yo muerdo la almohada porque, incluso con foie gras... Y heme aquí debidamente enculada en unas pocas embestidas. La zorra de Emma, a quien el espectáculo está poniendo caliente, desliza una mano entre mi vientre y la cama. Yo me levanto un poco para dejarle sitio, mientras el rajá me martillea tranquilamente.
—Mastúrbala bien —le ordena a Emma—. ¿Y mis alforjas? ¿Te has olvidado de ellas? ¡Demonios, tienes dos manos! ¿Lulu?
YO. —¿Sí, cariño?
ÉL. —Tu..., tu culito... es delicioso. ¡Ah! Vas a gozar... por delante..., ¿eh, pillastra?
¿Cómo saberlo? Entre una mano que te causa estragos en la pepitilla, y una minga que te invade el pasillo, ¿cómo establecer la diferencia?
Por otra parte, inundo la mano de Emma, gritando como una tonta:«¡Me viene! ¡Me viene!», al mismo tiempo que él me lanza una tromba como para repoblar toda Francia si los niños se hicieran por ahí, y experimento un segundo orgasmo al sentir que se corre. ¡Y tres, y cuatro! Esta vez estoy realmente exhausta, y quedo sumida en un profundo sueño.
Fragmento de "En los salones del placer" de Jacques Cellard
ellos no pagan por cogerte.
ResponderEliminarte cobran.
Jajajaja, y cómo cobran los canijos......ya lo dijo Vicente Riva Palacio:
ResponderEliminarUn diputado de provincia,
Ancho como un tonel, muy colorado,
maneras toscas, y el andar muy lento,
casaquín rabilargo y polvoriento,
por costumbre el sombrero espeluznado.
Se sienta en la curul cuasi atrojado;
hecho un patán, blasona de talento
y sin nada entender, aquel jumento
a cada discusión dice: aprobado.
Su distrito reniega del cazurro
que aprueba y desaprueba simplemente
porque aquel animal, porque aquel burro,
si diputado no es, tampoco es gente.
Tipos como el actual veo con exceso
ocupar los asientos del Congreso.
Pero el diputado de esta novela es muy simpático.
Prefiero la mantequilla, sobre todo estéticamente (estos franceses...)
ResponderEliminarSe me antojó un pan francés con mantequilla. Necesito comer más y trabajar menos.
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