martes, 4 de septiembre de 2012

En los salones del placer de Jacques Cellard

Este es uno de mis libros favoritos. Se trata de la segunda parte de las Confesiones de una Desvergonzada, una típica historia de una jovencita caliente que se mete al mundo de la prostitución y que hace una divertida reseña desde dentro de ese mundo.

Aunque la historia aparenta ser victoriana, y apenas tiene algún ligero error en la escritura, cuadra más en  la pornografía de los locos años 70. Es una historia que recupera el estilo y los temas clásicos de las novelas de prostitución antiguas, pero escota por alguien muy erudito en el tema, que además de ser un profesional de la pluma tiene un sentido del humor finísimo.

En este libro no hay sufrimientos; ellas llevan una vida difícil, pero se divierten. Parece que el autor no pretende moralizar sino entretener en un estilo jocoso y positivo. No hay pedofilia, ni violencia, ni prostitutas fracasadas que sufren, es un libro cómico con un erotismo de buen gusto y con unos eufemismos que son de risa loca:


  • Los pintores: la menstruación
  • La entrada de los artistas: El ano
  • Potajero: El que le gusta el sexo oral con una mujer que ya ha tenido sexo vaginal
  • As de picas: el ano
  • Lluvia, viento y granizo: Orinar, peer y defecar
  • El Cascanueces: Una contracción vaginal
  • La corbata del notario: sexo entre las tetas
  • La enfermería: Un cuarto donde se fustiga a los clientes que no pueden tener erecciones sin una zurra
  • Jugar a dos palos: Trío de dos hombres y una mujer.




Resulta que nuestra querida niña de la novela anterior, después de ser camarera en un bar de mala muerte, vendiendo encuentros furtivos y mal pagados;  decide dedicarse al tacón de una manera profesional, así que se convierte en "Lulú la complaciente" y se inscribe en el burdel "Las Odaliscas". Con sus grandes dotes de felatriz, falotriz y sus cualidades para gozar por "la entrada de los artistas", pronto tiene éxito.

El relato no tiene desperdicio; a pesar de estar fuertemente basado en escenas de novelas eróticas de todos los tiempos, de describir a detalle el mundo de las prostitutas de mediano pelo, también relata  muchos relatos divertidos de hombres extravagantes y mujeres singulares: Malou la Peluda, La Judía, Irma la Enamoradiza, Mélie la Tres Bocas....y sus clientes:


El que sólo quiere verla desnuda porque su mujercita no se deja ver.
El que le gusta ver culos de mujer, aunque le repugnen por  delante
El que tiene un agujero en el bolsillo para sorprender a las chicas, pero que es incapaz de hacer nada.
La que es prostituta por ninfómana, anteriormente era casada infiel.
El que está obsesionado con los caballos.
El de la mujer católica que descubrió un álbum con posiciones “extrañas”.
El que le pega, el que le gusta que le peguen
El tahúr encantador que habla en idioma de póker.
Los estudiantes que la embriagan.
El gimnasta-contorsionista.


Todo un cuadro cómico de personajes que desfilan entre sus piernas, escenas sacadas de Cora Pearl y de otros libros, pero con un toque de humor y buen gusto. Llegado el momento, ella comparte su miedo al embarazo, sus pensamientos y su filosofía:


"Lo que ocurre es que piensa en mi placer, me habla, me sonríe. Con él, al igual que con el señor Raoul o el señor Gimnasta, dejo de ser un animal de labor que se pasa días enteros dando vueltas al mismo ritmo. Con él soy una mujer"

Un día, mientras la jodían en el baño:
"Se acerca a mí, me levanta la bata, palpa. Yo paso la mano entre mis piernas, se la coloco en el sitio adecuado, ¡y adelante! No resulta más desagradable aquí que en otra parte; ni tampoco menos placentero, pues el sacristán en cuestión me jode como los mismísimos ángeles. ¿Que tengo la nariz metida en el asunto? ¿Y qué? No huelo a nada. El dinero no tiene olor."

"Si he decirlo todo, esperaba la llegada de la sanguina de un momento a otro (soy más puntual que un reloj), y el señor Vajilla era mi último hombre del día. Guarrada por guarrada, prefería sentirlo chapotear en los restos de mi digestión que en la sangre de los pintores"

"No somos niños de Jesús ni de María, eso no, pero, de todas formas, vivir del culo no es impedimento para tener buen corazón, ¿no? Ni vivir de rentas tampoco."


Y nos comparte sus cochinadas:


—¡A lo perrita, Lulu, a lo perrita! ¡De cara a mí! Julien, hyo mío, a ti corresponde el honor. ¡Ya verás qué caliente lo tíene esta pequeña! Y usted, querida amiga, empezará a mamarme cuando él haya entrado.
Dado que la tiene muy tiesa, más bien larga que gruesa, y que yo vuelvo a estar mojada, Julien entra arrancándome sólo gemidos de satisfacción.
—¿Ya está, Lulu? —pregunta el señor—. ¿Te gusta su minga?
YO (sincera). —¡Oooh, oooh, aaah! ¿Sí, me encanta! Ahora dame la tuya para que la mame.
¡El muy lascivo lo ha calculado todo al milímetro! A cuatro patas, estoy justo a la altura precisa para que la introduzca entre mis labios y yo la devore, mientras Julien realiza su faena al otro lado.
—¡Esta criatura chupa como una diosa! —le confía el señor por encima de mi hombro—. ¡Una maravilla de lengua, querido, una maravilla de lengua!
—Pero, señor —se permite decir Julien—, ¿la señorita Lucienne se comportará tan correctamente en el momento de la crisis del señor?
Porque el señor le ha pedido claramente a la señora Armand una chica que no le haga ascos a tragarse los hijos del señor que el señor no quiere...
—Cuando llegue el momento, tragará, respondo de ello —replica el señor—. ¿No es cierto, Lucienne? —me pregunta, apartándome la cabeza.
Yo me contento con murmurar:
—Sí, por supuesto, querido, con sumo placer.
Porque no faltaría más que eso, que no me tragara el humo de un hombre tan generoso, cosa que por otra parte no resulta desagradable cuando no hay en exceso. Lo principal es aprender a percibir como asciende la savia, para respirar a fondo antes de que empiece a manar y no asfixiarse.
Aspiro, pues, sin perder tiempo, y sin preocuparme de vigilar el momento en que el otro tendrá «su crisis», como él dice. De hecho, le viene un instante después, ya que tiene los cojones llenos, y yo parto al mismo tiempo que él.
—¡Aaah, hijos míos! —gruñe el señor—. Veo que habéis gozado. Julien..., ese conejo... ¿Cuál es tu opinión?
—¡Delicioso, señor, delicioso! —suspira el interesado—, ¡Terciopelo puro! ¡Y qué calidez! ¡Ah, el señor ha tenido un ojo clínico al invitar a la señorita Lucienne!
—Ya lo creo..., amigo mío... —replica jadeando el rajá—. La he probado... antes que tú... Y su boca... vale tanto... como su coño... ¡Aaah, aaah, me está mamando..., la zorra...!
¿Que estoy mamándolo? Para eso me paga, y no poco bien, me digo mientras ellos intercambian tales cumplidos. Ello, sin embargo, no impide que comience a fatigarme. Permanecer apoyada en rodillas y manos no es en absoluto una postura de reposo. Y si, además, hay que estar atenta para no dejar escapar ni la minga que te atraviesa la cotorrita, ni la que te atraviesa el gaznate, ¡la cosa resulta dura!
No digo «desagradable», no. Entre las golosinas, el vino dulce y el calor, cualquier mujer de constitución normal encontraría placentero dejarse acariciar por dos hombres como los míos: bien provistos, divertidos y nada brutales. Sin embargo, yo ya tenía la entrepierna irritada cuando Julien se añadió al señor para trabajarme la alcancía, y, a decir verdad, ahora preferiría repantigarme en esta estupenda cama sin pensar en nada.
Por tal motivo, una vez medio libre del sirviente, que, aliviado de lo más urgente, va y viene indolentemente entre mis nalgas, precipito la maniobra que atañe al amo. Para decidirlo a descargar, confío mi equilibrio a la mano derecha y, con la izquierda, le acaricio los zurrones. No es ninguna novedad, pero los efectos son espléndidos.
—¡Aaah, oooh, los cojones, los cojones...! —gime—. ¡Sí, rasca, preciosa, rasca! Yo..., yo... ¡Ah, Lulu!
¡Lulu ha ganado! Lulu no le ha hecho ascos a tragarse los hijos del señor que el señor no quiere, como dice tan elegantemente Julien. ¡Lulu se lo ha engullido todo! ¿Aún tiene la boca llena? ¡Glups! ¡Adentro! Llevo mi conciencia profesional y el deseo de hacer las cosas bien hasta el extremo de apretársela con los dedos para extraer las últimas gotas. Todo esto se une, sin ningún problema, con los patés trufados, las tetas de monja y el vino dorado. Y yo, por fin, me dejo caer en la cama como un fardo.
Mis héroes se han ablandado. Les sucede a todos, una vez que han derramado el veneno... Son como bebés enormes... Julien, no sé cómo, ha logrado permanecer en la cama. Su señor se reúne con nosotros, y me duermo entre ambos, con la nariz contra el bigote de uno y las nalgas contra el vientre del otro.



Ya hacia el final, ella se da cuenta que aunque ha ganado una fortuna,  no tiene tiempo para disfrutar por haberla pasado cogiendo seis días a la semana doce horas diarias.

Pronto se deja mimar por un hombre mayor que le recuerda a su padre (al de ella, no al de ustedes) Encuentra a sus mentores en la cochinada, los Bresles, quienes la ignoran de mala manera.

Ella descubre que ya no es la jovencita cachonda, sólo es la prostituta que vende el cuerpo. Pronto hereda una pequeña fortuna del viejo, con lo que logra su sueño de independizarse y de pasarse nuevamente a medio París por “el arco del triunfo”

¡Viva Francia!

Un buen libro.....necesitan leerlo para saber de qué hablo.




Perversógrafo: Sexo oral, anal, vaginal, entre las tetas, tríos, orgías, lesbianismo, homosexualidad,  voyerismo, trasvestismo, 69, rapidín, impotencia, froterismo, ninfomanía, beso negro, churro con chocolate,  lluvia dorada, masturbación, fetichismo,  coprolalia, afrodisiacos, gordas,  azotainas, nalgadas, posiciones, seducción, dos en la boca, dos en el culo.


En los salones del Placer
Jacques Cellard
RobinBook
1991
ISBN 9788479270278
272 págs.

5 comentarios:

  1. Ya ni recuerdo si lo leí o no, pero seguramente no porque hubiese recordado la gracia de los eufemismos.

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  2. Hola Lepis:
    ¿dónde estás consiguiendo esos de Robin Books?
    Aunque la editorial regresó al tema erótico esa edición de la foto (y sus hermanitas) están (o estuvieron) descatalogadas porque eliminó su colección, en algún momento alguien me dijo que me estaba inventando esos títulos.
    Tengo algunos, el primero comprado por ahí de 1993 en Villahermosa en un kiosko y otros encontrados en un botadero de libros de la calle de Puebla casi esq. Insurgentes (también hace un montón de años).

    Abrasivos,
    Jorge

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  3. Hola Lepis:
    ¿Dónde estás consiguiendo esas ediciones de Robin Books?
    Porque en algún momento eliminaron su colección erótica y los descatalogaron, de hecho hace años alguien me dijo que me estaba inventando los títulos. Aunque creo que ya regresó (Robin Books) al tema erótico.
    Tengo algunos; el primero conseguido en un puesto de periódicos en Villahermosa, por ahí de 1993, y los otros en una libería de saldos en la calle de Puebla casi esa. Insurgentes (¿El Rebusque?) también en los 90´s.

    pasa el dato.
    Abrasivos,
    Jorge

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  4. De repente encuentras alguno en librerías viejas, pero no es común conseguirlos

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  5. Me encuentro que hay una culta alusión en el chiste que el autor hace de la letrina: "Pecunia non olet", "el dinero no huele", fue lo que dijo el emperador Vespasiano cuando su hijo Tito le reprochó cobrar en Roma impuestos por el uso de las letrinas públicas. Aún hoy los excusados públicos en Roma se siguen llamando "vespasianas" en venganza.

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