lunes, 12 de noviembre de 2012

Historia BDSM - Quinta Parte (Y ya)

Del Comic de Guido Crepax

Viene de aquí.

 Bueno, esta historia del BDSM se torna larga. Terminábamos el período Victoriano, donde las madrizas se armaban (en la literatura) sin razón alguna, y casi siempre terminaban con alguien siendo flagelado.

Es a principios del siglo 20, cuando Apollinaire "resucita" los escritos del marqués de Sade; se publican nuevas ediciones de los trabajos de Sade, incluyendo por primera vez "las 120 jornadas de Sodoma";  entre los maestros del Surrealismo, Sade es encumbrado al nivel de Pietro Aretino, quien es obligado a compartir su título de "divino".

Sade es "el divino marqués", las once mil vergas (1907) es publicado en honor a él, así como "la historia del ojo" de Georges Bataille (1928) y otro montón de obras surrealistas que se nutren de las ideas de Sade.

Luego vino la segunda guerra, que hizo que Nietzche tomara vigencia nuevamente. Hubo mucho estudio de Sade en ese momento, desde Pierre Klossowsky, Georges Bataille, y Simone de Beauvoir, quienes querían ver en los escritos sadeanos una vena filosófica y una utopía sexual perfecta (¿!!!!!?).

¿Bueno, pero quién inventó eso de atar al amante y vestir ropa de cuero?

Resulta que allá por finales de los años 40 o inicios de los 50, una mujer en sus treintas llamada Anne Desclos tenía un amante que era editor de libros, pornógrafo y admirador de Sade. Se trataba nada menos que de Jean Paulhan, quien incidentalmente trató de imprimir una colección de los grandes libros eróticos de la historia como ediciones privadas para coleccionistas.

André Pieyre de Mandiargues, quien escribiría "El inglés descrito en el castillo cerrado" explicaba muchos años después que Paulhan pensaba que las mujeres eran incapaces de escribir literatura erótica de la calidad de la sadeana. Para demostrarle que estaba equivocado, Desclos le escribe "La Historia de O" como una serie de cartas con la intención de seducir y excitar a su amante.

Aunque ella ya tenía un renombre (se hacía llamar Dominique Aury), Paulhan imprime el libro bajo otro pesudónimo, "Pauline Reage". Auqnue ella no tenía intención de hacer público su escrito, éste era de tal calidad que en  1954 sale a la luz y es inmediatamente un éxito de librería, desatando tal polémica que es incluso prohibido en algunos países.


Cuando tuvo que ponerse en cuclillas en el pedestal de porcelana, se encontró, enmedio de tantos reflejos, tan en evidencia como cuando, en la biblioteca",unas manos desconocidas la forzaban.
—Espera que entre Pierre y verás.
— ¿Por qué Pierre?
—Cuando venga a encadenarte, quizá te haga ponerte en cuclillas.O palideció.
—Pero, ¿por qué?
—No tendrás más remedio —dijo Jeanne—. Pero eres afortunada.
— ¿Afortunada, por qué?— ¿Es tu amante el que te ha traído aquí?—Sí. 
—Contigo serán mucho más duros.
—No comprendo...
—Pronto lo comprenderás. Llamaré a Pierre. Mañana por la mañana vendremos a buscarte. 
Andrée sonrió al salir y Jeanne, antes de seguirla, acarició la punta de los senos de O, quien se quedó de pie, junto a la cama, desconcertada. Salvo por el collar y los brazaletes de cuero que el agua del baño había endurecido y contraído, estaba desnuda.

—Vaya con la hermosa señora —dijo el criado al entrar. Le tomó las manos y enganchó entre sí las anillas de sus pulseras, obligándola a juntarlas manos, y éstas, en la del collar. Ella se encontró, pues, con las manos juntas a la altura del cuello, como en oración. No quedaba sino encadenarla a la pared con la cadena que caía encima de la cama después de pasar por la anilla. El hombre soltó el gancho que sujetaba el otro extremo y tiró para acortarla. O tuvo que acercarse a la cabecera de la cama, donde él la obligó a tenderse. La cadena tintineaba en la anilla y quedó tan tensa que la mujer sólo podía desplazarse a lo ancho de la cama o ponerse de pie junto a la cabecera. Dado que la cadena tiraba del collar hacia atrás y las manos tendían a hacerlo girar hacia delante, se estableció un cierto equilibrio y las dos manos quedaron apoyadas en el hombro izquierdo hacia el que se inclinó también la cabeza. El criado la cubrió con la manta negra, no sin antes haberle levantado las piernas un momento para examinarle el interior de los muslos. No volvió a tocarla ni a dirigirle la palabra, apagó la luz que proporcionaba un aplique colocado entre las dos puertas y salió. 
Tendida sobre el lado izquierdo, sola en la oscuridad y el silencio, caliente entre las suaves pieles de la cama, en una inmovilidad forzosa, O se preguntaba por qué se mezclaba tanta dulzura al terror que sentía o por qué le parecía tan dulce su terror.

Si un día termino de leer la obra, les haré un literotismo al respecto, pero les puedo decir que se trata del nacimiento de la subcultura del BDSM como se conoce actualmente. Con sus esclavos y su sumisión total.


Era verdad que René nunca la había golpeado y la única diferencia en sus relaciones entre la época de antes de Roissy y el tiempo transcurrido desde que ella volviera de allí era que ahora él se servía de su dorso y de su boca además de su vientre. Ella nunca supo si los latigazos que había recibido en Roissy con los ojos vendados o de flagelantes encapuchados, en alguna ocasión le fueron dados por él, pero le parecía que no. Seguramente, el placer que él obtenía ante el espectáculo de su cuerpo encadenado y entregado, debatiéndose en vano y al oír sus gritos era tan vivo que no consentía en privarse de la menor parte de él prestando sus propias manos, porque su intervención activa le hubiera distraído. Y ahora lo confesaba así, ya que, cariñosa, suavemente, sin moverse de la butaca en la que estaba hundido, con una pierna encima de la otra, le decía lo feliz que se sentía al entregarla, a inducirla a entregarse a las órdenes y a la voluntad de Sir Stephen. Cuando Sir Stephen deseara que pasara la noche, o aunque sólo fuera una hora, en su casa, o que le acompañara a algún restaurante o espectáculo de París o de fuera de París, la llamaría por teléfono y le enviaría el coche, a menos que fuera a buscarla el propio René. En aquel momento, ella tenía la palabra. ¿Consentía? Pero ella no podía hablar. La voluntad que le pedían que expresara era la voluntad de abandonarse, de aceptarpor anticipado cosas a las que ella sin duda deseaba decir que sí, pero a las que su cuerpo se negaba; por lo menos, en lo relativo al látigo.

Desclos nunca se alejó de Paulhan. Tiempo después de su muerte, un final para "La historia de O" sale a la luz: "Rertorno a Roissy", en donde la historia de la sumisa continúa, pero ahora ya no es una esclava sino una simple prostituta. La autora explicaría que con la muerte de su amado, también decidía "matar" a O, la esclava, y enterrarla.

Allí atrás de esas novelas hubo candela.


Reage, Pauline - Historia De O



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