Leda de Lukas Kandl |
Mayra Montero tiene otra respuesta para Agustín, su personaje: un escritor de reseñas musicales de un periódico, en mi opinión un desagradable tipo que nunca ha amado a su mujer y no soporta a sus nietos: se dedicará, al menos por un tiempo a darle gusto a un ex-compañero Sebastian, y redactar las memorias de su intensa vida erótica, con especial cuidado en la descripción de sus encuentros homosexuales.
El protagonista y narrador pocas veces estaba en su casa, su esposa sabía de sus continuas infidelidades pero parece no importarles, su relación no se basa en el enamoramiento, ellos se apoyan mutuamente de manera incondicional; mientras él busca el erotismo en otras piernas, bocas y caderas.
Agustín entiende el amor como entiende la música; sabe que uno es inseparable del otro y se enamora de una manera intensa y física; hasta que duele emocionalmente. En su repertorio hay variedad: la violinista Virginia Tuten, mulata caribeña con quien lleva una relación tormentosa, como si fueran un par de adolescentes con sus problemas estúpidos y su casi sadomasoquismo.
Está una bonita relación con Clint Verret, uno de los pocos personajes del libro a quienes se les puede tener aprecio. En mi opinión Agustín se aprovecha sexualmente de Verret, al menos en un principio, para caer después locamente enamorado de él y terminar como buenos amigos.
Está una bonita relación con Clint Verret, uno de los pocos personajes del libro a quienes se les puede tener aprecio. En mi opinión Agustín se aprovecha sexualmente de Verret, al menos en un principio, para caer después locamente enamorado de él y terminar como buenos amigos.
Agustín se enamora de músicos, principalmente mujeres, y llega a comparar al sexo con ese compás que debe seguir cualquier músico, conquistar al músico equivale a dominar la música y poseerla.
Con Manuela Suggia tiene una relación abusiva, con Alejandrina tiene sexo rápido y a lo loco y así se va todo el libro, entre descripciones de lo que la música significa para él y relaciones dominantes con extrañas mujeres que amamantan murciélagos.
Lo interesante de este libro es que no es erótico por su carnalidad, sino que la carnalidad surge de una historia, que a su vez es el medio para adentrarse en el mundo melómano del narrador. Sin embargo, para Agustín, sus memorias son lo único que le queda.
Me arrodillé frente a ella y le pedí que extendiera las manos; sólo quería saber si alcanzaba con ellas el teclado.
–Ahora –sollocé–, ¿puedes tocar?
Echó su cuerpo hacia delante, sólo las puntas de sus nalgas descansaban en la banqueta, y yo, sentado ya en el suelo, hundí la cabeza entre sus muslos.
–La danza... –suspiró–, ¿vuelvo a tocarla?
El confite, toda la miel del mundo, estaban allí, bajo mi lengua, y las manos de Alejandrina Sanromá tocaban a despecho de mi voracidad, pero también a despecho de su locura. Se había vuelto loca y de Chaikovski saltó a alguna otra pieza que no fui capaz de identificar. El ruido de sus gemidos se entremezclaba con las campanitas de la celesta, y en el momento en que la sentí venir, la oí golpear el instrumento, lo aporreó con furia. Alejandrina dejó de tocar y sollozó largamente, puso sus manos sobre mi cabeza –sobre mi rostro de duende confitado– y fue calmándose poquito a poco.
Me incorporé y le chupé los pezones. Ya no me importaba que en aquel estudio no hubiese un sofá, ni siquiera una butaca. La empujé suavemente hacia el suelo y me tendí sobre ella. Nunca había tenido bajo mi cuerpo un cuerpo tan delgado, pensé que no me gustaban las huesudas. Pero me equivocaba. Los huesos de Alejandrina empujaban mis propios huesos, sobre todo a la altura de las caderas, y la sensación que me produjo aquel duelo me llenó de un regocijo macabro: éramos dos esqueletos batiéndonos a muerte, tratando de rompernos el uno contra el otro, trozándonos a ver cuál de los dos se deshacía primero.
Levanté las piernas de Alejandrina y las retuve en alto con mis manos antes de adentrarme brutalmente en ella. Ésa iba a ser la estocada final, el golpe de gracia para un montoncito de carne que, tocado por la varita de un hada, estaba a punto de convertirse en polvo luminoso. Alejandrina chilló, y si yo no lo hice con la misma intensidad fue porque me abrumó en ese momento la dicha de haber recuperado la pasión, que no es otra cosa que la sensación de nacer y morir en un segundo, y renacer sabiendo que ya nada te podrá matar.
Yo era inmortal, prácticamente invencible cuando me retiré del cuerpo de Alejandrina Sanromá. Tropecé con la celesta antes de poder llegar a la mesa para encender la lamparita. Alejandrina estaba inmóvil, tendida en el suelo, y yo busqué entre mi ropa un pañuelo. Volví a su lado y le enjugué la entrepierna como si le enjugara unas lágrimas.
Nos vestimos y fuimos a cenar. Alejandrina no bebió una gota de licor, nunca bebía, pero parecía borracha. Me rogó que fuéramos a su casa y le advertí que lo iba a lamentar. Se lo advertí con malicia y me respondió que no le importaba. Que lo único que deseaba esa noche era lamentarlo todo, impacientarse por todo, llorar de ganas de llorar. Quería que la tomara al derecho y al revés, a la buena y a la mala, de golpe y sin aviso y sin misericordia. Enrojecí, nunca había conocido a una pianista, virtuosa o no, tan deslenguada. Alejandrina deliraba en voz baja, pero pensé que, aun así, desde alguna mesa cercana la podían oír. Tomábamos el postre y le confesé que me gustaba mucho. Ella tembló dentro de su vestido negro: una cerrazón tan anegada y bruja como el sendero de su propia sangre.
Con Manuela Suggia tiene una relación abusiva, con Alejandrina tiene sexo rápido y a lo loco y así se va todo el libro, entre descripciones de lo que la música significa para él y relaciones dominantes con extrañas mujeres que amamantan murciélagos.
Lo interesante de este libro es que no es erótico por su carnalidad, sino que la carnalidad surge de una historia, que a su vez es el medio para adentrarse en el mundo melómano del narrador. Sin embargo, para Agustín, sus memorias son lo único que le queda.
Púrpura profundo obtuvo en febrero de 2000 el XXII Premio La sonrisa vertical.
Tuve la oportunidad de leer este libro y me dejó una gran sensación por su prosa lúcida e intrépida. Mis dos polos de placer fueron satisfechos, mi lado melómano y mi lado sexual. Si me lo permites Lepis, lo recomiendo ampliamente...
ResponderEliminarLo permito, lo permito......
ResponderEliminarMe llama la atención.....otro libro erótico que habla de la música......definitivamente hay algo en la música que nos erotiza.
Sí, sí, claro que hay algo lúdico en la música que nos erotiza.
ResponderEliminarNo lo he leido, pero haremos caso de Franz, "just in case" se me presente en las manos.