martes, 22 de febrero de 2011

Elogio de la madrastra de Mario Vargas Llosa

Todos sabemos que los niños son necios, gritones, pegajosos, verticalmente atrofiados y huelen a tornillo. Lo peor es que ellos piensan lo mismo de nosotros los adultos.....ahora, ¿Son los niños unos angelitos sin malicia?

Douglas Adams decía que no puedes confiar en alguien que siempre está sonriendo (bueno, pero también decía que los Vogones iban a demoler la Tierra para hacer una autopista espacial)

Yo nunca había leido a Mario Vargas Llosa; en alguna ocasión comencé a leer "Pantaleón y las visitadoras", pero los necesarios regionalismos del texto me desanimaron a continuar y no volví sobre el tema. Hoy que está de moda ya no es políticamente correcto  presumir mi ignorancia.

Quedé gratamente sorprendido con la facilidad para leer el texto, con el uso de los tiempos y por esos personajes tan misteriosos y a la vez tan "normales". Si no me equivoco, Elogio de la madrastra fue escrito específicamente para la colección "La sonrisa vertical", como una obra erótica y transgresora.

Si estás esperando la típica novela erótica anticlerical de sacerdotes lascivos seduciendo y desvirgando tiernas jovencitas; de gritos orgásmicos y eyaculaciones abundantes en orgías multitudinarias.........éste NO es tu libro.

La historia comienza antes de los primeros renglones......no se necesita ser un genio para adivinar que Don Rigoberto es un empleado de seguros, cabeza de una familia clasemediera, que tiene un hijo de su primer matrimonio, que es viudo y vuelto a casar recientemente con una hermosísima cuarentona llamada Lucrecia. Y digo adivinar porque el libro no lo dice abiertamente, pero es fácil atar cabos.

Alfonso (Fonchito) es un niño de cara angelical. No recuerdo que en algún momento aclaren su edad exacta, pero se supone que está en una etapa temprana de su niñez, cuando todavía hay candor en la mirada y las intenciones. Fonchito es un angelito rubio, coloradote y leno de bucles y caireles.

Lucrecia está poco dibujada.......adivino que para mantener el suspenso y la duda de qué es lo que realmente está sucediendo; ella es una mujer entregada y complaciente. Don Rigoberto es una persona íntegra, fiel en sus matrimonios, temeroso de Dios y con unos hábitos de aseo que rayan en el absurdo. Es como si el autor nos quisiera decir que es un hombre limpio por dentro y por fuera.

Lucrecia recibe de Fonchito una tarjeta de felicitación al cumplir 40 años. Ella se emociona tanto de la nota tan correcta y cálida que sin advertir que sólo trae puesto el camisón, va a abrazar al niño para agradecerle. El niño es un amor, y le dice cosas muy bellas, la abraza y la besa en toda la cara; siempre buscando sus labios, encontrándolos ocasionalmente. Lucrecia rechaza que haya  malicia en esas caricias, pero queda tan excitada que tiene una sesión de sexo apasionado con su marido.

El libro se divide en tres "momentos", cada capítulo suele abarcar sólo uno de esos tres momentos. El primero es acerca de las abluciones previas al sexo. Rigoberto tenía sus rituales de limpieza diarios, casi como sesiones de autoerotismo donde le demostraba amor a su cuerpo y hacía rituales que lo predisponían al sexo y a la fantasía.

El segundo es acerca del erotismo fantástico en el momento sexual. Una pintura erótica suele despertar la imaginación, que desencadena acciones sexuales en el lecho; llenos de una imaginación desbordante, las fantasías son un acuerdo aceptado por la pareja.

Ahora que ya está incendiada por dentro, su cabecita fosforeciendo de lúbricas imágenes, yo escalaré su espalda y me revolcaré sobre la satinada geografía de su cuerpo, haciéndole cosquillas con mis alas en las zonas propicias, y retozaré como un cachorrillo feliz en la tibia almohada de su vientre. Esos disfuerzos míos la hacen reír y encandilan su cuerpo hasta volverlo brasa. Ya mi memoria está oyendo su risa que vendrá, una risa que apaga los gemidos del órgano y cubre de líquida saliva los labios del joven profesor. Cuando ella ríe sus pezones se endurecen y empinan como si una invisible boca mamara de ellos, y los músculos de su estómago vibran bajo la tersa piel olorosa a vainilla sugiriendo el rico tesoro de tibiezas y sudores de su intimidad. En ese momento mi respingada nariz puede oler el aroma a quesillo rancio de sus jugos secretos. El perfume de esa supuración de amor enloquece a don Rigoberto, quien —ella me lo ha contado—, de hinojos, como el que ora, lo absorbe y se impregna de él hasta embriagarse de dicha. Es, asegura, mejor afrodisíaco que todos los elixires de inmundas mezclas que andan vendiendo a los amantes los brujos y las celestinas de esta ciudad. «Mientras huelas así, seré tu esclavo», dice ella que él le dice, con la lengua floja de los ebrios de amor.

El tercer momento es acerca de la vida familiar de los protagonistas. Se trata de una familia conservadora, padre, madrastra e hijo; todos decentes, con una relación intachable con criados y empleados. Don Rigoberto es coleccionista de arte y literatura erótica; afición que guarda celosamente bajo llave para evitar meter ideas en su pequeñín adorado. La familia es normal, toda la cochinada está contenida en las fantasías.

Algo que a mí me gustó mucho del libro, es que nos muestra la belleza y el amor del cuerpo real; no la idealización occidental de las zonas eróticas y erógenas, sino la belleza de un cuerpo maduro, de unas orejas grandes, de una nariz ganchuda, de unas axilas olorosas o peludas, de una cicatriz. Los olores agradables y desagradables como una elección de cada persona, y que la belleza y el erotismo se encuentra en cualquier lado; incluso en la deformidad.

Me gusta fornicar y, en cierto sentido, diría que soy un voluptuoso. Es verdad que a menudo experimento fiascos o la humillante eyaculación precoz. Pero, otras veces, tengo orgasmos prolongados y repetidos que me dan la sensación de ser aéreo y radiante como el arcángel Gabriel. La repugnancia que inspiro a mis amantes se troca en atracción, e incluso en delirio, una vez que —con ayuda del alcohol o la droga casi siempre— vencen la prevención inicial y aceptan trenzarse conmigo sobre una cama. Las mujeres llegan a amarme, incluso, y los chicos a enviciarse con mi fealdad. En el fondo de su alma, a la bella la fascinó siempre la bestia, como recuerdan tantas fábulas y mitologías, y es raro que en el corazón de un apuesto jovenzuelo no anide algo perverso. Nunca lamentó alguno de mis amantes haberlo sido. Ellos y ellas me agradecen haberlos instruido en las refinadas combinaciones de lo horrible y el deseo para causar placer. Conmigo aprendieron que todo es y puede ser erógeno y que, asociada al amor, la función orgánica más vil, incluidas aquéllas del bajo vientre, se espiritualiza y ennoblece.


Un día Lucrecia se entera de que Fonchito la espía mientras se baña; el niño es tan descarado que no accede a renunciar a sus sesiones voyeuristas ni siquiera ante las amenazas. ¿Cómo reacciona Lucrecia? inexplicablemente reacciona fingiendo desconocer que es observada, exhibiéndose ante el niño y disfrutando de la excitación que esto les provoca a ambos.

Después, ignora al niño, haciéndose la decepcionada. Aquí Lucrecia comienza a fantasear con la imagen de Diana siendo observada por Acteón, con escenas lésbicas con su sirvienta y con un observador onanista al que castigará más tarde.

En breve, esta eterna inmovilidad se animará y será tiempo, historia. Ladrarán los sabuesos, trinará el bosque, el agua del río discurrirá cantando entre la grava y los juncos y las coposas nubes viajarán hacia el Oriente, impulsadas por el mismo vientecillo juguetón que removerá los rizos alegres de mi favorita. Ella se moverá, se inclinará y su boquita de labios bermejos besará mi pie y chupará cada uno de mis dedos como se chupa la lima y el limón en las calenturientas tardes del estío. Pronto estaremos entreveradas, retozando en la seda sibilante de la manta azul, absortas en la embriaguez de la que brota la vida. A nuestro alrededor, los sabuesos merodearán echándonos el vaho de sus fauces ansiosas y acaso nos lamerán, excitados. El bosque nos oirá suspirar, desmayándonos, y, de repente, gritar heridas de muerte. Un instante después nos escuchará reír y chacotear. Y nos verá irnos adormeciendo en un sueño apacible todavía sin desenredarnos.

Fonchito llora amargamente ante la pérdida de la madrastra amada, hace una nota suicida y amenaza con quitarse la vida. Cuando ella trata de explicarle que todo el desprecio era fingido para darle una lección, se conmueve y lo abraza. El la abraza, la besa, y pronto ya está manoseándola de nuevo. Esta vez, ella lo permite y lo disfruta.

Un mes después y unos capítulos más tarde, nos enteramos que Lurecia ya mantiene relaciones sexuales con Fonchito cuando su marido se ausenta, que no tiene remordimientos y que lo disfruta como parte de una nueva realidad y una nueva manera de amar a su familia.

Pero Fonchito es un niño, si bien en cama actúa como un experto en el amor, sus pláticas y su comportamiento son de un niño. Lucrecia sospecha que así debe ser Lucifer.

Un día Fonchito encuentra a Don Rigoberto en la biblioteca, notoriamente turbado, el padre esconde el libro que está estudiando y lo recibe cálidamente para una plática padre-hijo; le ofrece una coca-cola y se sienta con él en un sillón.

Sin más, Fonchito le pregunta qué es un orgasmo. Don Rigoberto le explica y luego, visiblemente extrañado le pregunta dónde ha escuchado esa palabra. El niño le explica que su madrastra le ha dicho que "ha tenido un orgasmo riquísimo" cuando estaban juntos. Don Rigoberto trata de desviar la plática, achacando el hecho al despertar sexual del niño y a su desbordada fantasía.

Al preguntarle por las tareas escolares, Fonchito le trae su cuaderno, donde ha escrito una composición llamada "Elogio de la madrastra".

Mi recomendación:
Cuando llegues aquí, deja de leer el libro y espera un tiempo.

En todo el libro, lo que te preguntas es: ¿Fonchito es un niño inocente siendo pervertido por una mujer lasciva o es un niño lascivo como su padre tratando de tener acceso sexual a una mujer? Al final la pregunta no es esa sino: ¿Fonchito es un niño frío y vengativo o una víctima o sólo un niño precoz con una imaginación muy despierta?

El libro lo dice, pero la respuesta es bastante dicutible. La pregunta se mantiene.

Afortunadamente hay una continuación del libro: Los cuadernos de Don Rigoberto, pero la verdad es que aún no la leo.


Perversógrafo: Sexo vaginal, voyeurismo, exhibicionismo, fantasias, lesbianismo,
infidelidad, cunilinguo, felación, deformidades, estupro.

La edición más reciente de la que tengo noticia es:

Elogio de la madrastra
Mario Vargas Llosa
Diciembre 2010
La Sonrisa Vertical 58
ISBN: 978-84-8383-315-5
200 pág.

3 comentarios:

  1. en el mio pone .pdf
    Editorial Grijalbo S.A. de C.V.
    Enero de 1998
    Impreso en México
    No creo que le importe, está ya podrido de dinero y rodeao de pechugonas

    y tiene un estilazo escribiendo este hombre que ya quisieran, muchas, yo la primera.
    Coincido con la calificación del pervesógrafo

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  2. Pues el muchacho está de moda, yo supongo que van a sacarle jugo las editoriales y nos van a saturar de ediciones a sobreprecio, de lujo, encuadernados en "pluma de venado" y toda la cosa.

    Pero en unos dos años estará en las librerías de viejo y entonces sí, entramos en escena los lepismas.

    El libro es genial. Y como está originalmente es español, no importa la edición que tengas, es igual de genial.

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  3. Me encanta esta obra "Los cuadernos de don Rigoberto" es la segunda parte y también está bien. Me chiflaron los personajes, aunque Fonchito me ponía un poco nerviosa, pero Lucrecia y Don Rigoberto fantásticos. Gran erotismo, pero es que Vargas es mucho!
    Te animo a vencer esa primera dificultad con Pantaleón, me reí mucho, mucho!

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