Felicity Fey |
Pierre Louÿs era todo un poeta.....un poeta con una fijación por el sexo anal con niñas. Cuando Pierre Louÿs murió, dejó montañas y montañas de papeles con sus fantasías sexuales, de las cuales aún no han sido editados todos.
Parece ser que cada obra "seria", aún siendo sensual su escritura, tenía una contraparte pornográfica. Aquí un fragmento de la "Historia del rey Gonzalo y de las doce princesas", contraparte pornográfica de "Las Aventuras del rey Pausole", en la que un monarca está decidido a desvirgar a sus doce hijas.
Al día siguiente, por la noche, se decidió que la elegida fuera Prima. Entonces Chloris manifestó que su presencia sería inútil, no se sabe si porque creía que los dieciocho años de la princesa no necesitaban el consejo de nadie, o quizá porque temía mostrarse desnuda junto a una belleza tan perfecta.
Así pues, Prima se presentó sola y sin turbación aparente, ataviada con un sucinto vestido desprovisto de corchetes, aunque sujeto holgadamente a su talle con un cinturón.
Era alta, tan morena como sus hermanas, y todo en ella tenía formas admirables: el contorno de su rostro, las líneas de los ojos y de la boca, la elegancia del cuello, la proporción del torso y de las piernas.
Aleccionada sobre aquello que le aguardaba, se acercó al rey con lentitud, lo besó en la frente y, acto seguido, se sentó sonriente en sus rodillas.
El rey se sintió tan conmovido que olvidó lo que tenía previsto decir. Por fortuna, la sistematización de sus cuestionarios acudió en su ayuda para sacarle del apuro.
—A tus hermanas les he preguntado sobre aquello que mejor conocían. Una me ha respondido muy bien acerca del pudor, y la otra acerca de la moral. ¿Y tú? ¿Qué es lo que mejor conoces?
Prima le rodeó el cuello con los brazos y le susurró al oído:
—Esta noche, lo que mejor conozco es el modo de excitarte.
—¿Es eso una ciencia?
—Conseguir que se ponga tiesa una picha sin tocarla es todo un arte. Es un arte de cuya experiencia carezco, pero cuyos secretos conozco a la perfección. Es, en suma, el Arte del Amor.
—Demuéstramelo.
—Tengo toda la noche.
—¿Cuántos secretos hay en el amor?
—Conozco un millar de ellos, e inventaré muchos más. Claro que los secretos de amor no se dicen en ningún otro lugar que no sea la cama...
El rey empezaba a comprender que la mayor de sus doce hijas era demasiado lista para él. Prima se percató de sus pensamientos y, sabiendo que una enamorada no debe intimidar a aquel a quien desea seducir, se acostó sobre la colcha, atrajo al rey y, en un abrir y cerrar de ojos, se desvistió sin apenas dejar entrever sus encantos, pues se tendió sobre él, cuerpo contra cuerpo, mostrando tan sólo sus pechos pero haciéndole sentir todo lo demás.
—Prima, eres demasiado hermosa —afirmó el rey—. No podré permanecer durante mucho tiempo en el estado al que me has llevado.
—No temas nada. El primer secreto del amor es conseguir estar excitado. El segundo es conseguir dejar de estarlo.
—Eso me parece más prudente.
—No, no, me siento segura de mí. Me amas ya lo suficiente como para dejar de mi cuenta la dosificación de tu placer. Acabas de decirme que soy demasiado hermosa, aunque apenas si has visto mi rostro. Pues bien, será eso lo primero que vas a desvirgar: mi rostro.
—¿Cómo has podido adivinar mi pensamiento?
—No lo pensabas. He sido yo quien te ha hecho pensar en eso antes de decírtelo. Se trata de otro secreto... Esta boca mía, que te habla, desea que la desvirgues. ¿Consientes en ello?
—Con urgencia y del modo que mejor te plazca.
—Si yo fuera hombre, desearía empalmarme más abajo del vientre de una muchacha que ofrece su boca de virgen antes incluso de mostrar sus demás virginidades. Creo que le diría: "He aquí dos labios hechos para chupar una picha".
—¡Oh! ¡Esto es demasiado!
—¿Qué opinión te merece mi lengua, entre mis dos labios?
—No sé qué hacer con ella... Prima, ¿has jurado martirizarme?
—Por el momento no sabes qué hacer, ya lo sé. Más adelante será ella la que te lo pida. Ahora basta con mis labios, con mi boca, que te chupará con toda el alma porque está segura de que, al final, tendrá su recompensa: la leche que tanto ansía.
Dejando de torturar al rey con las tentaciones y la impaciencia, la joven princesa se deslizó a los pies de la cama, tomó entre sus labios el miembro real...,y su espera fue tan corta como larga había sido la de su padre. Luego, inmóvil y como ensimismada, bebió todo cuanto manó, antes de abrir los ojos y sonreír con ternura.
Transcurrió una media hora sin que al rey se le ocurriera retirarse a una estancia contigua, como había hecho la noche anterior. Charlaba con Prima, que parecía entregada a su indolencia, aunque cambió el tomo del diálogo a su antojo cuando consideró llegado el momento de hacerlo. En efecto, habiéndole preguntado el rey por qué permanecía acostada sobre su vientre, ella respondió con mirada impúdica y frente altiva:
—Estoy acostada sobre el coño.
—¿Por qué?
—Es otro de los secretos: mostrarse desnuda, pero
no dejar ver el coño.
—Pues también me gustaría comprender ese secreto.Tú que tienes tan hermosa boca...
—¿Y si tuviese el coño más hermoso aún, quizás, que mi hermosa boca? ¿De qué le sirve a una mucha- cha enamorada toda la belleza del cuerpo si no está dotada, por encima de todo, de la belleza del coño? ¿Sabes de qué te estoy hablando?
—Creo que...
—Escucha. Tengo cinco coños. El primero es mi boca, que esta noche quiere atiborrarse de leche. El segundo está muy poblado de pelo, bajo mi brazo derecho; mira: hoy no te lo ofreceré, como tampoco el tercero, éste que tengo en la axila izquierda, aunque conozco la manera de convertirlos en tan suaves como mi boca. El cuarto coño se halla entre mis nalgas. ¿Lo verás esta noche? Tal vez sí, tal vez no. Y el quinto es aquel sobre el que ahora estoy acostada.
Prima se tendió de nuevo sobre el cuerpo del rey y, en esta ocasión, le hizo sentir aquello de lo que hablaba. El resultado que esperaba se produjo antes incluso de lo que le mismo rey podía imaginar.
—Me dijeron que te afeitabas. ¿Por qué motivo?
—Por el mismo que acabo de decirte. Si no tuviera un coño hermoso, no lo afeitaría. La belleza se muestra siempre desnuda.
—¡Pues tú ésa no la muestras!
—La belleza se muestra a quien la ama. Tu picha la toca y se empalma entre sus labios, ¿no? Pues que tu rostro haga otro tanto y también él la verá.
—No sé a qué te refieres. Sólo sé que me pones fuera de mí con tantos toqueteos, tanta contención y tanto deseo exacerbado.
—No me prometas nada. No necesito promesas. Mi capricho es no enseñar el coño sin que éste reciba un beso. Si tú encuentras mi coño lo bastante hermoso como para acordarte de mi capricho, entonces sabré si me amas.
Acercándose a las almohadas, Prima se puso de rodillas apretando las piernas. Apenas si podía verse aquello que pretendía mostrar y, sin embargo, aquélla parecía ser en efecto la más perfecta de sus formas. Aguardó a que el rey manifestar impaciencia por ver lo que ella todavía ocultaba. Por fin, con la cabeza vuelta hacia la cabecera de la cama, se arrodilló justo encima del real rostro con las piernas abiertas.Acto seguido, se agachó ligeramente y vio satisfecho el capricho del que ya no hablaba. Pero el rey dijo en seguida:
—¡No me tientes más! Sería una locura...
—¿El qué? ¿Desgarrarme el virgo del coño? ¿Y cómo podrías haber elegido ése si todavía no te he mostrado el otro?
—Esta muchacha acabará haciéndome perder el sentido, con su belleza, su lujuria, su reserva y su actitud desafiante. ¿Acaso no te basta la satisfacción de verme reducido a no atreverme más que a lo que tú me...?
—Atrévete a todo cuanto te plazca atreverte. Mis órdenes tienen una sola justificación: que adivino tus deseos antes de que tú los sientas. ¿Verdad que ya te he hablado de mi otro virgo? ¡Pues búscalo! Mete la mano entre mis muslos. ¿Lo notas?
—No sé lo que noto... Pierdo la cabeza...
Prima se zafó de la mano que la tocaba y, tendién- dose junto al rey, musitó:
—¿Notas mis pelos?
—Pero si te rasuras.
—No ahí. Ni tampoco las axilas. Mira, si no, este mechón negro que me llega casi hasta el pezón del pecho. Dime, ¿qué piensas tú que me afeito? ¿El coño y el pubis? Pues me afeito también el vientre, hasta el ombligo. En cambio, por debajo del coño está todo intacto.
—¡Eres una diablesa!
—Sí. Tengo tanto pelo por detrás como la mayoría de las chicas por delante, y, desde que me afeito la vulva, se diría que ésta ha cambiado de lugar.A mis her- manas les gusta. Según ellas, yo tengo una boca donde ellas tienen el coño, y un coño entre las nalgas. ¿Acaso no sabes que soy su sultana y que vivo en un harén donde basta una palabra mía para que se rindan?
—¿Quiénes?
—Todas. La que más me plazca, según el capricho de mis fantasías. ¿Quieres saber quiénes son mis pre- feridas? Te lo diré después. Pero a todas, incluso a la más pequeña, que tiene siete años, le encanta meterme la lengua en la boca del vientre o en el coño del culo. No hay nada que no fueran capaces de hacer para conseguirlo, y la verdad es que me satisface mucho tentarlas.
—Eres una verdadera maestra en eso de tentar a quienes te aman.
—A mis tres hermanas más jóvenes no las amo, pero, como a las jovencitas les gusta sobre todo lo que es salado, es a ellas a quienes concedo, cuando demuestran ser lo suficientemente habilidosas, el derecho de hundirme la lengua en el trasero. Mi verdadero coño se lo doy a la lengua de mi favorita, y cada noche ambas dudamos entre qué es más grato, si para mí gozar de ella, o para ella saborear entre mis muslos el néctar que consigue extraer de mi cuerpo.
—¡Calla!
—¿Qué puede ser más agradable al paladar de una virgen que beber el néctar destilado por otra virgen? Por curiosidad, he querido probar el de todas mis her- manas la misma noche en que alcanzaban la pubertad. Tan pronto como alguna de ellas venía a decirme, alborozada: "Prima, ¡me corro!", yo le regalaba mi boca con fruición. Pero hoy, contigo, he probado la leche de hombre. ¿Por qué me llamas reservada? Deseo seguir bebiéndola, y deseo dar la mía.
—¡Prima!
—¿Por qué dices que me contengo, si acabo de revelarte todos mis gustos, y ahora voy a mostrarte todos mis secretos? No tengo nada que ocultar. Mira.
Y, como si hiciera el gesto más natural del mundo, se puso a horcajadas sobre la cara del rey, dándole la espalda y abriendo al mismo tiempo sus nalgas peludas y su vulva recién rasurada. Acto seguido, sin esperar lo que tenía la seguridad de conseguir, dibujó con la punta de la lengua un minucioso arabesco alrededor del órgano viril.
Hacía mucho tiempo que el rey no había concedido a nadie el favor de la caricia que las jovencitas se hacen unas a otras, y en consecuencia carecía de inclinación natural para ello. Pero, hallándose "fuera de mí", como él mismo había dicho, no supo lo que hacía..., y a pesar de todo lo hizo.
Por su parte, el cuerpo de Prima comenzó a arquearse espasmódicamente y a ser presa de un irreprimible desenfreno. Ella, que nunca decía una palabra cuando sus hermanas le rendían aquella clase de homenaje, esta vez sintió que no sólo debía hablar, sino incluso exagerar sus sensaciones mediante temblores y frases.
—¡Sí! ¡Oh, sí! —exclamó, con un hilo de voz—. ¡Oh! ¡Deseo correrme!
Apoyándose en los brazos, tensos como pilares, levantó la cabeza y curvó la grupa, abierta en toda su redondez.
—¡Mira qué excitada estoy! ¿Lo ves bien? ¡Por eso me rasuro! Cuando me lanzo, mi dardo se pone tan tieso y tan rojo que mis once hermanas se pelean por ver la picha empalmada de Prima... Sabía que esta noche me tomarías... ¡Por eso no he gozado en todo el día!...
Había gozado por tercera vez desde la mañana a las cinco de la tarde, pero su decisión de fingir un apasionamiento absoluto le hizo explicar:
—Cuando he gozado y estoy tan extremadamente excitada como ahora, digo cosas que no quisiera decir... ¡Te amo! ¡Te adoro! ¡Me mojo por ti! ¡Tengo empalmados hasta los pezones! ¡Sé que me encularás dentro de un instante, y lo deseo!... ¡Ah, si ahora me metieras el dedo en el culo!... ¡Sí, así! ¡Húndelo más!... ¡Me vuelves loca! Mi vientre está repleto de un néctar que pugna por salir, salir... Te devolveré más leche de la que tú me has dado a beber... Lo noto... Voy...Voy... ¡Oh, me corro! ¡Toma, gozo, me fundo! ¡Ah, toma, toma!
Gozaba sinceramente, pero por cuarta vez desde que se había despertado.Y para que no se notara que su voluntad física no llegaba a la abundancia de sus palabras, de pronto tomó en su boca en miembro del rey, como si sintiera la irresistible necesidad de hacerlo...
Hasta encontró valor para decir, en cuanto pudo abrir de nuevo los labios:
—¡Oh, qué bueno es! ¡Vuelvo a gozar! ¡Nunca imaginé que una virgen pudiera sentir esto cuando bebe leche de hombre mientras ella, a su vez, se corre!
Y para dar respuesta a todo, incluso al pensamiento, musitó al oído del rey:
—Puesto que lo sabes ya, voy a repetírtelo: me moría de ganas de ser enculada, pero cuando he goza- do..., entonces no he podido contener mi boca.
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