Brilla el relámpago, cae el granizo, soplan con impetuosidad los vientos, se dejan oír espantosos truenos. La señora de Lorsange (Juliette), que tiene un miedo horroroso de la tormenta, suplica a su hermana que lo cierre todo lo más rápidamente que pueda; el señor de Corville regresaba en aquel momento; Justine, con prisa por tranquilizar a su hermana, vuela a una ventana, quiere luchar un momento con el viento que la rechaza, y de pronto un rayo la tumba enmedio del salón y la deja sin vida sobre el suelo.
La señora de Lorsange lanza un grito lamentable... se desvanece; el señor de Corville pide socorro, se reparten los cuidados, llevan a la señora de Lorsange a la luz, pero la desgraciada Justine había sido herida de modo que ni siquiera la esperanza podía subsistir. El rayo había entrado por el seno derecho, había quemado el pecho y había vuelto a salir por la boca desfigurando de tal modo su rostro que mirarla daba horror. El señor de Corville quiso que se la llevaran inmediatamente. La señora de Lorsange se levanta con un aire de mayor tranquilidad, y se opone a ello.
– No, dice a su amante, no, dejadla un momento ante mis ojos, necesito contemplarla.....
Y Juliette se hace una persona piadosa.
Sin embargo, en el libro "Juliette o las prosperidades del vicio", la versión es muy distinta:
Así fue como Mme. de Lorsange acabó el relato de sus aventuras, cuyos escandalosos detalles habían arrancado más de una vez lágrimas amargas a la interesante Justine. No pasaba lo mismo con el caballero y el marqués: los excitados pitos que sacaron probaron la diferencia de sentimientos que los había animado. Se maquinaba ya algún horror cuando se oyó que volvían al castillo Noirceuil y Chabert, que, como se recuerda, habían estado pasando unos días en el campo, mientras la condesa ponía a sus otros dos amigos al corriente de hechos que aquellos sabían desde hacía mucho tiempo.
Las lágrimas que inundaban las hermosas mejillas de nuestra desgraciada Justine, su aire interesante... abatido por tantas desgracias... su natural timidez, esta atrayente virtud extendida por cada una de sus facciones, todo irritó a Noirceuil y a Chabert, que quisieron someter a esta infortunada a sus sucios y feroces caprichos. Fueron a encerrarse con ella mientras que el marqués, el caballero y Mme. de Lorsange se entregaban a otras voluptuosidades igualmente extravagantes con los numerosos objetos de lujuria instalados en el castillo.
Eran alrededor de las seis de la tarde cuando volvieron y se reunieron todos; entonces se deliberó sobre la suerte de Justine; y ante el rechazo formal de Mme. de Lorsange a conservar en su casa a una mojigata semejante, ya sólo se trató de decidir si esta desgraciada criatura sería echada o inmolada en alguna orgía. El marqués, Chabert y el caballero, más que hartos de esta criatura, eran los tres de esta última opinión, cuando Noirceuil pidió ser escuchado.
–Amigos míos –dice a la feliz reunión–, con frecuencia he visto que en aventuras semejantes era extremadamente instructivo tentar la suerte. Se está formando una horrible tormenta; entreguemos esta criatura al rayo; me convierto si la respeta.
–¡Maravilloso! –exclamó todo el mundo.
–Es una idea que me gusta con locura –dice Mme. de Lorsange–, no dudemos en ponerla en práctica.
Brilla el relámpago, silba el viento, el fuego del cielo agita las nubes; las mueve de una forma horrible... Se hubiese dicho que la naturaleza, aburrida de sus obras, estuviese dispuesta a confundir todos los elementos para obligarlos a formas nuevas. Se pone a Justine en la calle, no solamente sin darle un céntimo sino incluso quitándole lo poco que le quedaba. La desgraciada, confusa, humillada ante tanta ingratitud y tantos horrores, demasiado contenta por escapar quizás a mayores infamias, llega dando gracias a Dios al camino real que bordea la avenida del castillo... Apenas ha llegado cuando un rayo la tira al suelo, atravesándola de parte a parte.
–¡Está muerta! –exclaman en el colmo de su alegría los criminales que la seguían– ¡Acudid! ¡Acudid! ¡Señora!, venid a contemplar la obra del cielo, venid a ver cómo recompensa a la virtud: ¿merece pues la pena amarla cuando aquellos que mejor la sirven se convierten tan cruelmente en víctimas de la suerte?
Nuestros cuatro libertinos rodean el cadáver; y aunque estuviese totalmente desfigurado, todavía conciben terribles deseos sobre los sangrientos restos de esta infortunada. Le quitan los vestidos; la infame Juliette los excita. El rayo había entrado por la boca y había salido por la vagina: se hacen terribles bromas sobre los dos caminos recorridos por el fuego del cielo.
–¡Cuánta razón hay en elogiar a Dios! –dice Noirceuil–; ved cuán decente es: ha respetado el culo. ¡Es todavía hermoso, ese sublime trasero que tanto semen hizo correr! ¿Es que no te tienta, Chabert?
Y el malvado abad responde introduciéndose hasta los cojones en esa masa inanimada. Pronto se sigue el ejemplo; los cuatro, uno tras otro, insultan las cenizas de esa querida muchacha; se retiran, la dejan y le niegan hasta los últimos deberes.
Como chiste, me gusta más la versión de Justine, la de Juliette es 100% porno-Gore
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