Este pequeño libro lo comencé a leer por pertenecer a la magnífica colección de la Sonrisa Vertical, y lo terminé sólo por dos razones: porque no me gusta dejar las cosas a medias (eso de quedarse a medias es muy feo) y porque el libro está suficientemente corto para no enfermarse demasiado con su lectura.
En mi modesta opinión, el tema es escabroso, sólo de recordar las escenas me dan unos escalofríos que comienzan en "la pilinga" y terminan en la nuca, ambas partes corporales suficientemente explicadas en el libro
Se trata de un libro en forma de un diario, donde un necrófilo describe con pelos y señales sus "relaciones" con los muertos, los detalles de sus aspectos, olores, colores, humores, sonidos y tacto
Nos cuenta que siendo un niño de ocho años, lo dejaron solo en su habitación oscura durante la velación de su madre muerta. al no encontrar mejor entretenimiento, se pone a "jugar a la pirinola", a mitad de la maniobra, la abuela lo toma y lo recuesta sobre su madre recién muerta para que le dé un beso de despedida. Mientras él la huele, tiene un primer orgasmo sobre el cadaver de su madre.
Resulta que el angelito crece con una idea........distinta del erotismo, encuentra que su pasión es robar cadáveres recién enterrados, llevarlos por la noche en su coche hasta su departamento y "tener sexo" con ellos mientras sus tejidos aún estén en condiciones para ello (hablamos de semanas). Después los arregla, los mete en su coche y se deshace con tristeza de ellos, tirándolos en el río con una roca en los pies.
Para él, una anciana desdentada es "cómoda", un niño de seis años es "un buen hombrecillo para jugar con él" un bebé enterrado con su madre es "un apéndice que no aprecié" y una mujer o un joven son "amantes".
Un día ve a una mujer besando una calavera. Creo que es la única escena medianamente erótica con una persona viva:
A veces la mujer llevaba esta lengua, que yo adivinaba asombrosamente dura y carnosa, hasta los incisivos del muerto, paseándola por la dentadura exterior igual que una mano que acariciara un teclado, y otras la hundía lo más lejos que podía para lamer el interior de los molares y la bóveda del paladar.
Concentrada en su placer, no se dio cuenta de que me acercaba. La observé durante un rato hasta que notó de repente mi presencia y se incorporó sofocando un grito.
—No tema nada de mí —le dije—, pero ¿le importaría repetir lo que estaba haciendo?
La mujer me miraba con una expresión desconfiada. Debía de tener unos treinta años y pertenecía visiblemente a la clase media, podía ser la esposa de un pequeño comerciante o de un funcionario subalterno. Repetí mi petición y el reflejo de una idea que sin duda le pareció brillante iluminó su cara.
—Si nos ven, diré que usted me ha obligado a hacerlo.
Confieso que me confundió la artimaña grosera con la que supo dar la vuelta a la situación. Pero, sin añadir nada, volvió a su cráneo, con los ojos entornados y la lengua tensa.
Lo que el espectáculo y el lugar tenían de insólito, unido a la euforia percibida desde mi entrada en las catacumbas, me provocaron el efecto que cualquier necrófilo puede prever. Deseaba a esa mujer, aunque estuviera viva.
Le subí la falda negra y, apartando unas bragas de algodón, descubrí un amplio trasero limpio y diáfano como la cera de los cirios que nos rodeaban. Al tacto todavía era más liso que a la vista. Después de meterle la mano en la raja, saqué los dedos mojados por un licor opalino que me desconcertó —las muertas no segregan nada semejante— y que tal vez me habría repugnado si su olor no me hubiera recordado el del mar, imagen y hermano de la muerte.
Así pues, la idea de que toda carne lleva en sí el fermento de su destrucción avivó el deseo que sentía por esa mujer, pero éste me abandonó en el mismo instante en que intenté un contacto más profundo, igual que un castillo de naipes que se hunde no bien lo tocan. La mujer se volvió hacia mí, con la cara alterada por la cólera.
—Contaré que ha intentado violarme.
Ignoro por qué el despecho la llevaba a amenazarme de esa manera. En cualquier caso, me alejé lo más aprisa que pude.
Concentrada en su placer, no se dio cuenta de que me acercaba. La observé durante un rato hasta que notó de repente mi presencia y se incorporó sofocando un grito.
—No tema nada de mí —le dije—, pero ¿le importaría repetir lo que estaba haciendo?
La mujer me miraba con una expresión desconfiada. Debía de tener unos treinta años y pertenecía visiblemente a la clase media, podía ser la esposa de un pequeño comerciante o de un funcionario subalterno. Repetí mi petición y el reflejo de una idea que sin duda le pareció brillante iluminó su cara.
—Si nos ven, diré que usted me ha obligado a hacerlo.
Confieso que me confundió la artimaña grosera con la que supo dar la vuelta a la situación. Pero, sin añadir nada, volvió a su cráneo, con los ojos entornados y la lengua tensa.
Lo que el espectáculo y el lugar tenían de insólito, unido a la euforia percibida desde mi entrada en las catacumbas, me provocaron el efecto que cualquier necrófilo puede prever. Deseaba a esa mujer, aunque estuviera viva.
Le subí la falda negra y, apartando unas bragas de algodón, descubrí un amplio trasero limpio y diáfano como la cera de los cirios que nos rodeaban. Al tacto todavía era más liso que a la vista. Después de meterle la mano en la raja, saqué los dedos mojados por un licor opalino que me desconcertó —las muertas no segregan nada semejante— y que tal vez me habría repugnado si su olor no me hubiera recordado el del mar, imagen y hermano de la muerte.
Así pues, la idea de que toda carne lleva en sí el fermento de su destrucción avivó el deseo que sentía por esa mujer, pero éste me abandonó en el mismo instante en que intenté un contacto más profundo, igual que un castillo de naipes que se hunde no bien lo tocan. La mujer se volvió hacia mí, con la cara alterada por la cólera.
—Contaré que ha intentado violarme.
Ignoro por qué el despecho la llevaba a amenazarme de esa manera. En cualquier caso, me alejé lo más aprisa que pude.
Lo único disfrutable que puedo ver en el libro, es el "respeto" y "aprecio" que alguien puede sentir por un muerto, porque contrario a lo que podemos pensar quienes no entendemos éstos gustos, para él, no se trataba de objetos en los cuales descargar sus necesidades, sino de personas reales que merecían respeto (después de usarlos, claro).
Perversógrafo: Sexo vaginal y anal (con muertos), sexo con una enana jorobada (muerta), sacrilegio, Sexo entre los senos y entre los muslos (con muertos), Felación y cunilingus (con muertos)
El necrófilo
Wittkop, Gabrielle
Traducción: Madroñero Román (Vda. J.Jorda), María Antonia
Diciembre 1995
La Sonrisa Vertical SV 94
ISBN: 978-84-7223-925-8
104 pág.
Wittkop, Gabrielle
Traducción: Madroñero Román (Vda. J.Jorda), María Antonia
Diciembre 1995
La Sonrisa Vertical SV 94
ISBN: 978-84-7223-925-8
104 pág.
Hace algún tiempo leí este libro y no me pareció ni perverso ni repugnante. La narración me resultó algo floja pero las escenas están hábilmente descritas y lejos de resultarme hirientes u ofensivas las encontré bellas delicadas hasta cierto punto, de hecho hay pasajes que podrían extraerse casi íntegramente del libro y ser leídos sin encontrar referencias directas a la necrofilia o sin siquiera llegar a pensar que se está haciendo alusión a un cadáver.
ResponderEliminarPor cierto, yo descargué el libro de internet como un archivo de Word y siempre me quedó la duda de si el libro estaba completo o no, así que te pregunto: ¿la última fecha que se narra es la del 31 de octubre de 19...?
Hola Herbert, bienvenido, pásale y conoce la casa.
ResponderEliminarHasta donde recuerdo, termina cuando roba una pareja de jovencitos, los cuales conserva más tiempo de lo debido y es descubierto (se supone que por la autoridad)
Queda en suspenso si es condenado o escapa.
A mí me repugnó lo de los niños, el resto de mis sentimientos fueron porque la prosa te mete tanto en su vida que llegas a imaginar el frio de los cuerpos y ... bueno, me dio escalofríos mas que asco, miedo o repugnancia.
Es uno de los libros más hermosos que he leído. Si bien la historia no está muy desarrollada, la prosa hipnótica y lírica ha hecho que lo lea unas tres veces. Gabrielle Wittkop es una de mis escritoras favoritas y es una pena que solo hayan traducido dos de sus libros al español.
ResponderEliminar