sábado, 25 de junio de 2011

La vida sexual de Robinson Crusoe de Michel Gall

Un libro raro que no tengo. Hace muchos años, en una de esas interminables noches extrañas, fui a dar al departamento del hermano de una amiga; dicho departamento estaba en una hedionda vecindad detrás de un prostíbulo, había un catre mal acomodado, almohadones en el piso, botellas vacías que formaban caminos en el cuarto, sostenes gigantescos en las paredes y  una colección de libros que imponía. El único mueble en forma del departamento era el librero y la sección de erótica ocupaba un espacio clave, al centro de todo, al alcance de la mano.

Después de comer tacos de carne pegajosa en el piso y maridarlos con unos "flamazos" de licores empalagosos y una plática literaria de lo más interesante (la soledad del individuo, la amistad, el drenaje y las toallas sanitarias de las vecinas), se dio cuenta de mi interés por esos libros; sin desviar la plática de los filósofos alemanes, sacó un par de los ejemplares más raros que tenía y me los prestó.

Entre los libros venía "La vida sexual de Robinson Crusoe". Ingenuamente supuse que podía ser una broma, un libro con sus páginas en blanco o un estudio introspectivo en el personaje de Defoe; pero no. El libro es una novela entre lúdica y lúbrica (¿lúdrica?, ¿lúbdica?) que trata principalmente de las fantasías masturbatorias de Robinson Crusoe en su forzosa reclusión en la isla.

Se supone que la novela fue escrita en 1952 por el, en aquel entonces, estudiante de filosofía Michel Gall (posteriormente periodista), como una apuesta divertida con Maurice Girodias, un amigo que resultaba ser fundador de Olympia Press, se publicó con el pseudónimo de Humphrey Richardson y pronto se convirtió en un éxito de ventas.

Si la trama es predecible (Un hombre queda solo en una isla durante muchos años, sufre mucho, se adapta mediante trabajo arduo, encuentra a un polinesio y lo llama Viernes hasta que son rescatados), las escenas por otro lado no tienen desperdicio: mientras practica algún modo de bestialidad o tiene relaciones con Viernes, la fantasía erótica se desborda y los recuerdos y añoranzas llegan como sueños.

Así, un día que encuentra un baúl lleno de ropa, viste a sus cabras de mujeres, ríe al verlas y se excita tanto que las viola. Y es que nuestro héroe necesita compañía, sea de sus cabras, de lirones, del malvado gato al que mata en una violación, del maldito loro que le hacía compañía pero nunca le sirvió para dialogar, del mono al que domesticó porque necesitaba sentir la caricia de una mano. Robinson es extravagante en sus rituales  masturbatorios, así que puede pasarse toda una tarde trabajando en una tina de baño fragante llena de medusas para tener sensasiones nuevas, o puede buscar la mezcla ideal de ingredientes para tener una mejor sensación en el pene al masturbarse con ellos o al comerlos.

Con los recuerdos de las mujeres a las que amó, poseyó o deseó, teje fantasías en compañía de sus animales y se hace parte de ellos en una locura que lo deshumaniza y lo confunde.

En lugar de una bella indígena con quien copular día y noche, iba a encontrar a un salvaje que lo mos­traba a la horda de sus congéneres. Le acorralarían para asarlo. A menos que prefiriesen comérselo cru­do. Ésta era la suerte que le esperaba si se quedaba allí más tiempo, ¡si no se daba prisa en volver a su casa para levantar barricadas! Decididamente, más le valía acabar sus días con sus cabras y sus plumas an­tes que sentir cómo los caníbales le mordisqueaban las nalgas, aunque esta última idea podía tener su lado excitante.
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Ya se veía a la cabeza de un harén de salvajes muy serviciales.
Sería un verdadero pachá. Pasaría los días en su ha­maca –con una de las mujeres. Mientras tanto, las otras dos cultivarían los campos y ordeñarían las cabras. Reinstalaría la bañera para que se pudiesen lavar cuando volvieran.
Cada noche tomaría una nueva compañera. Por la maña­na, la última tendría la misión de despertarle suavemente deslizándose a su lado. Habría una muy gorda y velluda. Otra a la que afeitaría todo el cuerpo. A la tercera sólo le tocaría los pechos: el resto se cuidaría de no usarlo muy a menudo para conservar todo su frescor. ¿Tal vez todos los domingos? No, ¡mejor cada quince días! De esta forma, tendría verdaderamenle la impresión de gran novedad. Esto no convendría a la mujer. Da igual, ¡elegiría la menos sensual! También podría acogerlas a las tres en su le­cho. Penetraría a una mientras besaba a la otra. La terce­ra... pues la tercera metería la lengua donde fuera preciso. Él se movería muy suavemente para poder resistir el mayor tiempo posible. ¡Qué felices serían! Se rebozarían en sus cuatro sudores mezclados. El tiempo pasaría aprisa.


Un día, después de 19 años de soledad se encuentra con otro hombre a quien llamará Viernes ("Didí" de cariño) y quien será su compañero sexual a partir de entonces, y servirá de base a sus fantasías heterosexuales para imaginar a la robusta mujer de gruesas trenzas de cabellos rubios a la que desea, él será esa boca que desea fornicar, su ano será esa vagina que desea masturbar con sus pestañas, será al mismo tiempo su mujer y su compañero de correrías sexuales por los prostíbulos londinenses.

Robinsón ya no añoraba en absoluto a las muje­res. Estaba muy enamorado de Viernes. Se sentía sa­tisfecho. Sin embargo, y a pesar de su físico de Apolo, el joven salvaje tenía en el fondo un carácter muy dulce y muy sumiso pero sus deseos sexuales eran mediocres (las cartas le divertían mucho más); Ro­binsón se sentía incómodo por sus propias exigencias sexuales. Le daba vergüenza pedirle que se dejara hacer el amor varias veces al día.
De vez en cuando, le proponía que ocupara su lugar (a menos que lãs cartas no se lo hubieran ya designado). Viernes acep­taba siempre con gusto, pero -era evidente- el pa­pel que le tocaba desempeñar era la menor de sus preocupaciones.
En este caso, Robinsón disimulaba sus verdaderas inclinaciones y el favor que le otorgaba era solamen­te el testimonio de su gratitud ante la sumisión de Didí, que le emocionaba mucho.

Viernes es mucho más cooperador que las cabras, además de que es una buena mujer, a pesar de que ambos son heterosexuales, los roles a veces confunden. Viernes le enseñará también nuevas formas de masturbarse, como hacer agujeros en la arena y llenarlos de aloe, y le inspirará fantasías de indígenas morenas con lenguas en el coño.

Este libro es un divertimento que engrandece el onanismo, la bestialidad y el poder de la fantasía......muy bueno sin duda.






Perversógrafo: Sexo ¿vaginal?, anal, oral, con las pestañas, con todo el cuerpo, fantasía, masturbación, zoofilia, transexualidad, violación, homosexualidad, voyeurismo.



Si leen el gabacho, allí les va un fragmento:



La vida sexual de Robinsón Crusoe
Michel Gall
Arcor, Colección Fuente de Jade 1
Barcelona. 1988
ISBN: 84-270-1236-5
152 pag.

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